12 de agosto de 2009

EXTRACTOS DE SILLMAREM. (Extracto I).






 
Gladiator Imperial


EXTRACTOS DE SILLMAREM (Extracto I).


…Los tres guerreros la estaban encerrando entre ellos y el muro de protec­ción a su espalda, sin ninguna compasión o piedad. Recibió un latigazo tras otro en la herida de su muslo derecho. Una lacerante agonía recorrió su organismo. Tropezó y se arrastró sobre sus codos, hacia atrás. El Conde saboreaba los momentos cumbres de la batalla. El sobrino del Imperator seguía intensamente las reacciones de aquella Homofel. ¿Qué es lo que está haciendo? ¡Se está quitando uno de sus guanteletes de protección! ¿Por qué?, se preguntaba. 

Con el rabillo del ojo percibía la palidez de Slava Taideff. Esto le intrigó. En efecto, Kariska fue a deshacerse del guantelete de protección cuando el dorso de su mano se sacudió con otro latigazo por parte del Morfo, que despidió unos cuantos metros a su derecha el guantelete. A su lado, el Gladiator utilizó la punta de su bastón eléctrico, dándole una descarga en uno de sus hombros, estallando un pequeño crepitar azulado. El rostro de Kariska se crispó de dolor. 

Aun así logró seguir arrastrándose, sosteniéndose sobre su brazo derecho, hacia atrás, siempre hacia atrás. Finalmente su espalda sintió el sólido contacto de la valla de aislamien­to. Apoyando su espalda contra el muro, comenzó a erguirse, presionada contra la pared. Se empezó a quitar el otro guantelete pero con un fulmíneo latigazo el Zasars se lo terminó de arrancar de las manos. 

Estaban jugando con ella. Querían disfrutar al máximo ese momento. Kariska, en plena ansiedad, soltó otro gemido. Estaba acorralada e iba morir. Puso ambos brazos en forma de tenaza, la mirada al frente, el mentón alto, sus cejas se arquearon, los ojos inyectados en sangre, la boca abierta exhibiendo sus caninos, que al Conde le pareció que aumentaban de tamaño, sus uñas puntiagudas se alargaron. Entonces ocurrió…

Todo el salvaje poder de la naturaleza hizo acto de presencia. De los labios de Kariska emergió un vibrante, paralizador y salvaje aullido que parecía haber nacido en los pozos más oscuros del averno. Un espeluznante sonido sobrenatural que atravesó de parte a parte la arena–pentagonal. Aquella criatura, fuera lo que fuese, parecía no pertenecer al mundo de los vivos. Los guerreros imperiales se clavaron en el sitio, aterrados. Un frío pavor atenazó sus cerebros. Ni en sus peores pesadillas podían haber concebido a un ser tan aterrador como aquel. 

El Conde Alexander Von Hassler, hombre de acero al que pocas, muy pocas cosas alteraban, se envaró impresionado. A su espalda Mesala apenas pudo reprimir ensombrecido una ahogada exclamación. El propio Slava Taideff parecía intimi­dado al palpar con la mirada el resultado de su propia obra. Sintió cómo se le erizaban los cabellos, sobrecogido por aquella forma de vida.

Alrededor de la arena–pentagonal las Walkirias imperiales, permanecían en una rígida posición de firmes, aunque podía apreciarse cómo el miedo se asomaba a sus pupilas procurando evitar ver fijamente la acción de la arena. El Conde sabía que, mientras viviera, jamás olvidaría la impactante expresión im­presa en los rasgos de aquella hembra de Homofel. Si toda la fuerza de la rabia salvaje y brutal violencia predadora tenían un rostro, sin duda alguna era aquel. 

Estaba siendo testigo de un inaudito fenómeno de la naturaleza. Había auténtico poder en aquella criatura salvaje obra del ingenio humano. La espuma le resbalaba por la comisura de los labios, los músculos de sus brazos se tensaron y sus pómulos se marcaron mirando fijamente a los ojos de sus presas. Era algo para lo que no estaban preparados. Kariska podía percibir cómo sus corazones martilleaban. En aquel momento permanecía agazapada sobre sí misma. 

El primero que se moviera sería el primero en caer. El Gladiator no pudo aguantar más y se giró para huir despavorido. En una electrizante reacción, de cuatro estigmas situados entre sus nudillos surgieron en ambas manos, cuatro agudas garras retráctiles de unos cuarenta centímetros, hechas de un extraño material lubricado. 

Tanto el Conde como el Embajador y Mesala permanecieron mudos, como en estado de shock. Kariska se desplazó vertiginosamente, ensartando al Gladiator desde atrás, por la nuca hacia arriba, atravesándole por último el cerebro con sus garras retráctiles, de claro origen felino. Su cuerpo se desplomó sin emitir ni el más leve gemido. Otro movimiento más y ensartó al Zasars manteniendo su cuerpo alzado, pataleando con un solo brazo. Su mano se impregnó de sangre. 

El Zasars, desde lo alto, miraba aterrado a Kariska. A duras penas podía sostener su katana y su látigo, chillando, mientras que con la otra mano le cercenaba la tráquea provo­cándole la asfixia. Finalmente lo lanzó contra la valla de seguridad.

En la oscuridad del palco, Mesala, un soldado acostumbrado a la crueldad en sus más oscuras facetas, jadeó consternado ante toda aquella esperpéntica orgía de violencia.

Kariska giró sobre sí, y pese a que el Morfo no era tan vulnerable a su extraordinario aspecto externo, terminó con él con un mortal zarpazo a su fuente de alimentación neuronal, después de haberle desarmado seccionándole ambos brazos. En un seco gesto sus garras retráctiles volvieron sobre sus vainas. Agotada comprobó cómo Navinok se le acercaba y la ayudaba a levantarse. En voz baja le susurró algo al oído:

—Mi hermano, ve por él…

El Conde observó una especie de lubricante natural en sus garras retráctiles.

—¿Estás segura?

Kariska asintió. Navinok le dio la espalda. Mientras se alejaba sus pupilas se posaron furiosas sobre el último guerrero imperial que se mantenía aún en pie sobre la arena. Tenía una cuenta pendiente que cobrar. Con lentitud se le acercó, observando cómo su cara palidecía por momentos. Cojo, el Zasars, se arrastraba sobre una pierna marcando el suelo con un desigual rastro de sangre, buscando como un animal asustado una sali­da. Era inútil, sucumbiría como el resto de sus camaradas a manos de aquella terrible criatura. Kariska tomó una katana con doble hoja del suelo de uno de los cadáveres de los Casacas negras, avanzó arrastrándola, formando un surco sobre la arena. El Zasars no carecía de valor y empuñando una espada, la levantó al frente tratando de mantener alejada a Kariska. De un golpe lo desarmó, mirándole fijamente…



































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