28 de agosto de 2009

CULTURAS DE SILLMAREM (LOS SHINDAY).




GUERRERO SHINDAY






LOS SHINDAY


Los guerreros Shinday, de las naciones Rebelis dirigidas por Asey y ubicadas en los Sistemas Fronterizos (Sisfrón). Son una cultura guerrera y panteísta que profesa una profunda espiritualidad con la naturaleza, su filosofía se basa en vivir en armonía y equilibrio con ella, siendo grandes viajeros y exploradores, en cierto sentido son animistas y consideran que cada acto de la creación,posee su razón de ser y significado.


“Antes de acostumbrar a la carne, se ha de acostumbrar a la mente y al espíritu, para sobrellevar los rigores que exige la férrea disciplina de un guerrero Shinday, formando a un ser completo, siempre alerta a las necesidades del momento, para proteger a su pueblo”.

Asey

(La esencia de la disciplina Shinday).


LA OFRENDA.



-Antes que nada, debemos cicatrizar nuestras heridas, nuestra carga ya es bastante pesada de por si, como para permitir que nuestro dolor, nos impida seguir adelante en igualdad de condiciones con nuestros enemigos. Si no purificamos nuestras esencias, pereceremos sin cumplir con la misión que juramos ejecutar: La salvación de nuestro pueblo, el pueblo Rebelis. Debemos iniciar el ritual de la ofrenda, antes de partir. Murmuró Mutan-Tay.

-Será como deseas, Mutan-Tay. Corroboró uno de los guerreros a su espalda.

-Haré los preparativos, el resto de nuestros guerreros estarán dispuestos en poco tiempo, para la iniciación del ritual. Ofreció otro Shinday. 

-Sea pues, hermanos Shinday, preparémonos para recuperar nuestro equilibrio interior. Asintió Mutan-Tay, dejándose guiar por un pequeño sendero, oculto en la montaña de tierra rojiza, que los conducía a un claro circular rodeado por las rocas y protegido de las miradas de cualquier posible intruso exterior. Un interminable laberinto de galerías y cavernas perfectamente conocidas por los Rebelis, les aseguraba no solo resguardo, si no una infalible ruta de escape en cualquier dirección en caso de una emboscada o asalto enemigo. 

En el interior de una cueva, Mutan-Tay identificó algunos signos hábilmente disimulados en la roca, antiquísimos símbolos Rebelis, se conocía a aquel lugar como la ventana de la luna y no tardo en averiguar el motivo. Una gigantesca y límpida bola blanca cubrió la abertura del claro, inundándolo de un plateado fulgor enmarcado en el terciopelo azul de la noche, desplegando una atmosfera de mística quietud. 

La repentina belleza argenta de aquel lugar, embargó su dolorido espíritu de una paz difícil de explicar. A sus espaldas, podía percibir los suaves y discretos preparativos y puesta a punto de sus guerreros para el comienzo del ritual. Despojándose de sus armas y ropajes, embadurnándose de aromáticos aceites, azuladas y ancestrales pinturas Shinday con profundos significados espirituales para su pueblo.

Los Shinday amaban la vida, su naturaleza panteísta y a su espíritu bienhechor. El cual generosamente insuflaba su halito vital a cada criatura terrenal. Momentos más tarde. Un sol y una luna, fueron dibujados en el centro de un gran círculo blanco.

Símbolo para los Rebelis del principio y fin de cada instante, de cada día, estación y vida individual. Completándose el vínculo de unión e interacción de todas las cosas. Cada guerrero se sentó, no sin antes crear un círculo de sal a su alrededor, girando sobre sí mismo, murmurando palabras rituales de iniciación, cual pequeños satélites alrededor del gran círculo blanco. 

Mutan-Tay con las piernas cruzadas, se hallaba sentado junto a sus hermanos Shinday, formando a su vez otro círculo con sus cuerpos semidesnudos, fibrosos y marcados de cicatrices. Fruto de una vida guerrera al servicio de su pueblo. Pintados de azul y blanco con dibujos espirituales Shinday, preparados para el ritual de entrega. Sabían que debían fortalecerse, para la gran y dura prueba final que les aguardaba: 

-Haz que tu amor a la creación retorne a nosotros, lo hemos perdido con nuestros banales actos sin sentido, en la locura de nuestro existir, tus hijos te lo ofrecemos todo ¡Óyenos, espíritu de la vida!, no abandones a tus hijos en momentos de tanta necesidad. 

Las lágrimas se deslizaban por sus mejillas, por aquellos que les habían abandonado violentamente, esperanzados por reencontrarlos en un mundo mejor. Las palabras parecían ensalzar las ansias de su interior, rogando unas gotas de luz para el camino. 

Su obra debía ser completada, su pueblo salvado, su enemigo vencido, el mal expulsado. Con los ojos cerrados, entonaban una rítmica y profunda melodía, que era al mismo tiempo una súplica y un ofrecimiento, una plagaría al espíritu de la vida, buscando la iluminación. 

La cual, como un manantial de agua, saciaba al sediento, curándole de su sed de perdón, de justicia y de verdad. Ofreciendo a cambio su dolor, su rabia, su odio, cicatrizándose y fundiéndose con la existencia. Ofrendas que ya no les pertenecían, eran la vida cerrando un ciclo, una estación y comenzando otra por un nuevo y desconocido sendero.

Inclinaban sus cuerpos hacia atrás y hacia delante, mientras una mano pasaba a la otra, un pequeño cuenco de barro. Mutan-Tay se lo acercó a los labios, saboreando la dulzura de su infusión. 

Su consciencia se vio transportada mas allá de las heridas de su carne, de su mente y de su espíritu, olvidándose de sí mismo, sintiéndose un único cuerpo místico con sus hermanos Shinday, un único espíritu más fuerte y más humilde. Sus cuerpos danzantes, contorsionándose a la luz de la luna, comenzaron a sentir la liberación de sus cadenas terrenales: 

-Los hombres somos prisioneros de nosotros mismos, de nuestros actos y deseos, de nuestros anhelos y falta de humildad…que mejor que reconocer y ofrecer nuestras debilidades a cambio de la fuerza de la vida. 

La grandeza del horizonte saturado de estrellas, parecía envolver sus sentidos, de una refrescante soledad. Un bálsamo de silencio que apagaba los demonios de sus recuerdos, pesadillas, y de sus sufrimientos. En el interior de Mutan-Tay, el vigor comenzó sutilmente a retornar a su agotada psique y castigado espíritu. 

El fuego de la tortura y dolor sufridos durante años de guerra, habían sido extinguidos, sus cenizas barridas por el cristalino viento de la renovación, nuevo comienzo iniciado por los ojos de su alma, centrándose en su presente material. 

Su pasado ya no existía, ni le pertenecía, su futuro estaba aún por concluir, su presente discurría en un cantico de agradecimiento con libertad y ser la experiencia de la vida, materializada en carne y huesos. Sintió el calor apaciguador, del monótono susurro de sus palabras rituales, la paz se adueñó por completo de sus cuerpos, sumergiéndoles en un profundo sueño. 

Mutan-Tay cruzó el umbral donde la carne permanece sometida a la voluntad del espíritu, vio los rostros de sus gentes, mas allá se vio a si mismo penetrar en el mismo corazón de una asombrosa civilización…




















































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