19 de diciembre de 2009

EXTRACTOS DE SILLMAREM (Extracto VII).





Yassu


EXTRACTOS DE SILLMAREM (Extracto VII).




…Con rapidez, un sinfín de transportes surgieron a su alrededor. Algunas sombras se encaramaban ágiles a sus agarraderas laterales o se escudaban tras sus partes traseras, avanzando veloces mientras sus torretas disparaban sin cesar en todas direcciones.

Demetrius cogió del brazo a Rebecca, obligándola a correr hacia aquella escotilla de desembarco. Yassu se interpuso en su camino cortándoles la retirada. Demetrius la miró, furioso: 

— ¿Te has vuelto loca? ¿Qué diablos pretendes, mujer?

—Dadnos a mí y a Pericles vuestras ropas, ¡daos prisa!

Rebecca comprendió al instante y obedeció dubitativa, más por instinto que por voluntad.

— ¿Sois veloz? —preguntó Yassu a Pericles.

—Creo que sí, mi Dama —dijo Pericles.

—Bien, lo necesitareis.

—Pero, vos no podéis… —objetó Rebecca.

—Es imprescindible para todos que lleguéis viva a esa nave, mi Dama. No discutáis, nada de dudas, saldréis justo después de nosotros. Todavía queda una oportunidad. Alextos, vos y vuestros hombres seréis los primeros. ¡Ahora!

Alextos, junto a Sunas, la camilla a suspensor de Siava y el resto, volaron hacia la entrada de la nave mientras todo estallaba a su alrededor bajo una llu­via cruzada de descargas e infernales explosiones. En los últimos pasos, todos subieron la rampa de desembarco excepto Alexia, Titlomes, Alextos, Sunas y el hermano de Pericles que aguardaron en la entrada, disparando un fuego de cobertura a su alrededor, rodilla en tierra.

Sobre ellos, algunos haces de luz se reflectaban en el blindaje de la nave. Estaban recibiendo un incesante bombardeo y no podrían aguantar mucho tiempo. Una alfombra de cadáveres carbonizados se desparramaban a su alrededor. 

Sunas miraba, rabioso, cómo sus hombres iban cayendo uno tras otro. Les superaban en número en una proporción de doce a uno. Los carros blindados de combate avanzaron aplastando filas enteras de walkirias Imperiales.

Rebecca, en la distancia, podía sentir el crujir de huesos fracturados. Cuer­pos masacrados yacían esparcidos en las más macabras posiciones, con algunos trozos de sus uniformes aún ardiendo. Se dio cuenta de que las Walkirias eran comandos altamente especializados. Algunas de ellas hacían de cebo al tiempo que otras activaban su cinturones anti–g, pasando por encima de los carros acoplándoles minas magnéticas en su panza y escotillas, haciéndoles explotar en mil pedazos.

—Están empleando tácticas de distracción. Nos van a aniquilar a todos en pocos minutos —dijo Rebecca. 

Miles de levito–linternas surgieron por todas partes iluminando la jungla con espectrales sombras de fuego danzante. Demetrius miró fijamente a Yassu.

—Para engañarme es necesario nacer más de dos veces, Yassu.

Yassu deslizó ambas manos en las mejillas de Demetrius.

—Ocurra lo que ocurra, te amaré siempre.

Giró sobre sí misma y echó a correr colina abajo, hacia la explanada. Nika y los hombres de Titlomes tuvieron que sujetar por los hombros a Demetrius con todas sus fuerzas. Incluso Alextos tomó de la mano a Rebecca, tirando firmemente de ella hacia atrás. Rebecca protestó, enrabietada. Alextos se inclinó a su oído:

—No permitáis que su esfuerzo sea estéril, princesa. 

—Pero van hacia la muerte, los van a despedazar —dijo Rebecca viendo cómo Yassu y Pericles corrían decididamente como jóvenes gamos, sorteando matorrales y montículos bajo un intenso bombardeo de choque hacia un coche blindado.

Casi horizontalmente, un deslizador negro abrió un demoledor fuego sobre el vehículo, reventando parte de su blindaje lateral. Pericles salió despedido y Yassu tropezó sobre una roca por la onda expansiva, cayendo pesa­damente de costado. Rápidamente giró la cabeza y se levantó haciendo un severo acopio de fuerzas, dirigiéndose hacia un tupido bosque de palmeras gigantes.

Podía sentir cómo le subían, por la columna, las vibraciones de la ensordece­dora potencia de sus motores mientras el fuego a discreción de los guerreros de Demetrius rebotaba en la superficie de su blindaje. Rebecca midió la distancia. No lo lograrán, pensó…

































































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