19 de julio de 2010

ESCENAS DE SILLMAREM. (Elektra).






Elektra






«EN EL COMEDIMIENTO ESTÁ EL BUEN GUSTO».


ANASTAS TIMÓNIDES KRÁTIDES.



—Pareces preocupado, Löthar —dijo Elektra.

—¿Acaso te extraña dadas las circunstancias? —respondió Löthar.

—No, pero preocuparte no te ayudará en nada. Es mejor actuar.

—En eso tienes razón. Lo que pasa es que no puedo evitar pensar en los tiempos que vendrán si el Imperator consigue su objetivo.

—No dejaremos que eso pase.

—Eso espero. 

—Además la decisión no es nuestra, debe tomarla el Señor de Sillmarem, es él quien decide.

—Lo sé y eso es lo que más me preocupa. Después de todo lo que ha pasado, ponemos sobre sus hombros la responsabilidad de decidir el futuro de la humanidad. Si pienso lo que debe estar pasando por su cabeza… Maldita sea, solo es un niño, no tenemos derecho a hacerle esto.

—No es un niño y lo sabes. Está bien preparado y tú estás con él para ayudarle al igual que Noah, Miklos y Chakyn. Dale un voto de confianza.

—Tienes razón, ya no es un niño. Es mejor no preocuparse e intentar salvar a la humanidad sea como sea —dijo Löthar sonriendo por la futilidad de su exceso de preocupación.

Elektra le devolvió la sonrisa.

—Es una suerte que disfrutes así de tu humanidad…

—¿Por qué dices eso? —preguntó, sorprendido.

—Porque a veces pienso que ya no sé distinguir que parte de mí es humana y cuál no lo es —dijo Elektra— soy una utopía de los antiguos hecha realidad y no por ello soy feliz.

Permanecía inmóvil mientras su única retina natural, gris como la niebla, se clavaba en la lejanía. Los ojos de Löthar se posaron en su fino rostro, que destelló con un brillo metálico cuando Elektra le devolvió la mirada.

—A veces la mente no puede entender lo que el corazón siente —dijo Löthar.

—Es mejor caer en los brazos del olvido, ¿no?

—Puede ser… 

—¿Crees que podré olvidar la humillación, el dolor, el odio, el desprecio, el miedo, la soledad? 

—No es que lo crea, es que es preciso que lo hagas si quieres tener paz. No debes olvidar, sino aceptar y perdonar.

—La ignorancia sin principios se impregna de una crueldad casi tan mala como la crueldad premeditada.

—Tienes demasiado corazón para tanta soledad.

—¿Corazón, yo? ¿Acaso no soy un Ciborg de la clase Verone? Quizás no tenga ni alma.

—¡Eso no es cierto! 

—Me he limitado a corroborar un hecho constatado. 

—¿Constatado para quién?

—Para todos.

—¿Y quiénes son todos? 

—Todos… los hombres.

—¿Eso me incluye a mí?

—No lo sé… aún. 

—¿Todavía no lo sabes? 

—Me han hecho daño tantas veces. Me cuesta confiar, eso es todo —susurró Elektra.

Gracias al progreso estaba viva, pero su vida había sido dar bandazos por mundos de los que ni siquiera había oído hablar, luchar por causas que no eran suyas, en definitiva, una vida de desarraigo. Hasta que conoció a Miklos Sillmarem. Lo que más le había atraído de él era su respeto y honestidad. Su aspecto era im­presionante pero lo mejor era su personalidad, su espíritu, incluso su galantería. 

Le había hecho sentirse viva y bella. En los años que servía en Sillmarem había sido feliz, había vivido en paz. Nunca conoció gentes como las de Sillmarem. La hicieron sentirse aceptada desde el primer momento y para ella eso significaba mucho. La trataban como un ser humano, como un amigo y no como una mer­cancía. Una vez Noah Salek le había dicho que todos necesitábamos ser aceptados por nuestros semejantes, pese a nuestros fracasos y errores. Ahora ella tenía un hogar en Sillmarem y con Löthar Lakota, una promesa de felicidad.

—Te has quedado muy callada —dijo Löthar.

—Lo siento, estaba recordando una cosa.

—¿Quieres compartirla?

—No es un recuerdo dulce.

—¿Y eso?

—Un día fui a una peluquería, hace mucho tiempo y, al entrar, todas las clientas me miraron como si fuera un monstruo. La dueña me ofreció ir a otra habitación. Un lugar apartado en el que no molestase mi presencia. No pude soportar todas esas miradas de miedo y odio, me… —su voz temblaba— lo destrocé todo. Me detuvieron y me encerraron. Conseguí escapar de la cárcel y me enrolé en una fuerza mercenaria hasta que Miklos me encontró.

—Y ahora, ¿qué piensas sobre todo aquello?

—Me arrepiento, por supuesto que me arrepiento, estaba tan repleta de odio, pero ahora sé que nada justifica la violencia. Nada.

—Si aíslas a una persona por ser diferente, estás sembrando la semilla de la incomunicación que deriva en intolerancia y violencia. No es culpa tuya. Tienes derecho a empezar de nuevo. No seas tan dura contigo misma, —dijo Löthar— tienes el derecho a ser feliz, solo debes encontrar el modo.

—No te creía una persona tan…

—¿Tan…? 

—Tan espiritual, creo que esa es la palabra exacta, espiritual.

—Bueno, entonces ya tenemos un punto en común.

—¿Espiritual yo? 

—Eres la persona más espiritual que he conocido en mi vida.

—¿Yo? Una ciborg pseudo–mística.

Elektra empezó a reírse de sí misma y Löthar le siguió la corriente esbo­zando una suave sonrisa.

—Eres muy sensitiva, tienes inquietudes y una profunda necesidad de vivir y esos son atributos muy humanos.

—Puede —dudó Elektra.

—De acuerdo, lo plantearé de otra manera, ¿sabes lo que es el dolor? 

—Por supuesto que lo sé.

—Muy bien, ahora busca su opuesto.

—Es más fácil decirlo que hacerlo.

—Ahí está el mérito.

—¿Y qué se supone que debo encontrar? 

Löthar se mantuvo callado mirándola fijamente.

—La felicidad… —susurró ella al sentir la mirada de Löthar.

Se percató de que era respetada y amada por sí misma, por lo que era, era amada y podía amar. De repente se sentía afortunada. 

—Yo… —comenzó a decir.

—Shsss.

Löthar la tomó con delicadeza de la barbilla, y la besó dulcemente. Elektra quería atrapar ese momento y eternizarlo para siempre. Una exhalación nacida en sus pupilas acarició la suavidad de su mejilla hasta perecer en sus labios. Para Elektra era algo más que una manifestación de alegría, era la expresión de la felicidad, la transformación de su humanidad. Sentía que podía amar. Löthar estudió su extrema belleza. 

Parte de su rostro, una máscara metá­lica, no era el típico de un Ciborg. La otra parte, la humana, se negaba a ocultar su ojo artificial en una declaración de principios, una aceptación de lo que era, una desafiante declaración de su condición. La máscara era una réplica exacta de su opuesto, una obra maestra de tecnocirugía.

De repente, una voz brotó del intercom de Löthar.

—Los cadetes han desaparecido, Löthar.

—¿Qué? ¿Dónde fueron vistos por última vez?

—En sus habitaciones —respondió la voz de Tovarik.

—Avisa a seguridad, a los Xiphias, a todos. Yo buscaré a Salek —dijo Löthar que agarró la mano a Elektra y comenzó a correr.

—Entendido, cambio y corto —dijo Tovarik con urgencia.

—¡Maldita sea!

—Pondré en marcha el plan de búsqueda de mis Amazonas.

—Gracias —respondió Löthar mientras subían a un transportador—. Más les vale darme una buena explicación cuando los encuentre o… 

—Son muy escurridizos y saben cuidarse solos. Les han adiestrado bien.

—Eso espero, Elektra. De veras ruego para que sea así.

—Por cierto, he hablado con Siava y gracias a sus conocimientos he conseguido diseñar un plano interior del palacio del Imperator en Ravalione que creo que puede serte útil. Löthar la miró, asombrado. 

—¿Te he dicho que te adoro? —dijo besándola en su mejilla artificial.



No hay comentarios: